Como todos los fines de semana me
levantaba, prendía el mini componente, ubicaba cuidadosamente el cassette de
“Pimpinela” y con lo primero que encontraba improvisaba un micrófono, subía el
volumen al máximo y empezaba el show.
El repertorio ya lo sabía de memoria,
era un recital de dos horas en vivo. No tenía a la persona que hiciera de
hombre, pero eso no me molestaba porque tenía una buena capacidad para
imaginármelo a la perfección. Siempre me gustó cantar y actuar, pero mi timidez
me jugaba en contra y no era buena para en eso.
El living de la casa era el
escenario, con dos sillones enfrente y el gran ventanal que daba hacia la calle
como si fuera el público, nadie de afuera me veía, tampoco me hubiera gustado
que alguien se detuviera a ver cómo imitaba a Lucía Galán. No permitía ni que
mi familia se parara a observarme, me intimidaba, es por eso que aprovechaba
los fines de semana, el sábado particularmente, porque mis hermanos dormían y
mis padres hacían las tareas domésticas o mandados.
Siempre fui muy pasional con lo que
hacía y el canto como la actuación no eran la excepción. Me entregaba
plenamente al papel que asumía, me mimetizaba con el personaje a encarar, porque
muchas veces tenía ser mala y enojarme pero otras era buena, sumisa y hasta
enamorada. Casi siempre conseguía ropa para poder interpretar mejor a mi
personaje, tenía dos temas claves en los cuales paraba todo, como si fuera un
intervalo, y me cambiaba acorde a la canción y así lograr la mejor imitación
posible.
No recuerdo cómo encontré ese
cassette, seguramente cayo a mis manos por arte de magia o por la curiosidad
que siempre me caracterizó. Era de mi papá, pero me lo adueñé cuando empecé a fanatizarme
con los hermanitos.
Aquella mañana me levanté más
temprano que lo habitual, casi todos estaban despiertos, era como si ese sábado
conspiraba en mi contra para que no pudiera hacer mi show, pero como me gustaba
enfrentar al destino no deje de practicar mi rutina. Ese día no tenía público,
estaban ordenando el living así que tuve que moverme a la cocina, lo tomé como
una prueba de sonido, un ensayo más antes de dar el gran recital.
Los agudos sonaron más fuertes que lo
normal, llegando a notas impensadas e insostenibles, así como también los
gritos de mi mamá que me pedían por favor que me callara así podía terminar de
ordenar y descansar. Pero no pare, seguí cantando.
Hasta que sin darme cuenta la pista
se detuvo y sólo escuché mi voz: chillona y desafinada, errándole a la nota
como de costumbre. No entendía que estaba sucediendo, a los artistas no se les
corta un show sin un motivo, no podían cortar el mío. Pero mi hermano mayor,
entre dormido y arto del griterío que estaba escuchando, me desenchufó el
equipo de música y entre en afán de querer sacar el cassette rápido lo terminó
rompiendo.
Como mis sueños, como mis anhelos,
terminando con mi show para siempre. Ya no se podía seguir, porque no había
otro y no iba a haberlo. Lloré mucho, me refugié en el abrazo de mi papá,
mientras él lo castigaba, como si se agregaría una nueva función por
localidades agotadas.
Demetria.
2 comentarios
Los hermanos siempre fastidiando....
ResponderEliminarhermanos...
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